Esta
historia, si me lo permiten, comienza con unas inocentes palabras y
se deja hacer a los ojos de los anónimos e intrépidos lectores. En
esta historia, el protagonista podría ser cualquiera de ustedes y
que antes de decidirse por un género u otro, prefiere definirse como
animal de costumbres, estrella principal de su propia historia.
Ya
que insisten, se la podría contar yo mismo, pero prefiero que se
cuente a sí misma.
Como
ya era algo habitual en sus días, se levantó con el estruendo del
despertador,
6:30AM
seguido de un pequeño pero intenso sobresalto con su
respectivo movimiento de brazo palpando la oscuridad. El
suspiro, la vuelta en la cama y la retahíla de improperios eran algo
normal todas las mañanas. Encendida la luz del baño, sus
pupilas se resquebrajaban, no querían verse en el espejo (no eran
las únicas). Buscando a tientas aún el grifo de la ducha, se alejó
con cautela para evitar la Antártida hecha agua. Tras nueve minutos
(tres canciones para otros) bajo la cálida cortina de agua, seguía
sin despertarse del todo. Con el pelo aún empapado, se dirigió
a la cocina para preparar el desayuno. Esa mañana se apresuró,
acabó antes de lo habitual y decidió ponerse a ojear un pequeño
libro de poemas que había comprado hacía ya un tiempo (y no por ser
un fanático de la poesía, sino porque el nombre del
autor le había resultado curioso).
–El
denominado animal de costumbres, no sabía aún que ese día iba a
marcar el resto de su vida.-
“¿Quieres
una historia de amor?,- comenzaba aquel pequeño poema-,
Bah,
de qué te serviría,
no
amamos como sentimos,
sino
como nos han contado."
Meditó
tanto aquel pequeño fragmento que, incluso el tiempo se detuvo,
notaba su respiración e incluso podía ver las estelas que dejaban
sus pensamientos. Aquí comenzó su vida, su vida de verdad, esa que
tenía pensado vivir con todas sus letras. Salió de casa y al cerrar
la puerta, se percató de que sus llaves estaban dentro. Quizá en
otro momento, quizá antes, se habría vuelto loco y como un
energúmeno, pero ese día no, pensó: “Bueno, ya llamaré a un
cerrajero. Además, así tengo excusa para no volver a casa.” Se
sentía más relajado, incluso andando, se notaba más cómodo
consigo mismo. Llegó a la parada del Autobús 142, más de veinte
minutos marcaba la pantalla. Y de nuevo, reaccionó con absoluta
tranquilidad, diciéndose que así podría disfrutar de la buena
mañana que hacía. Llegó el autobús y, en vez de entrar sin
respetar la cola como era habitual, aguardó paciente a que una
anciana subiese con su enorme bastón, sacase su pequeño monedero,
buscase el importe del trayecto y pagase con la absoluta pausa que
caracteriza a este grupo de la población.
-Se
toman la vida sin prisas, sin agobios, total, ya la han vivido, ahora
sólo les queda disfrutar de la recta final. Pero claro, esto él no
lo sabe (de momento).-
Con
la cabeza bien alta y, mirando a los ojos de los estáticos ocupantes
del transporte público, descubrió con estupor, como si de un espejo
se tratase, que todos ellos tenían una pequeña sombra bajo los
ojos, no reflejaban luz, en ellos no se cumplía eso de que los ojos
son el espejo del alma (o sí, quien sabe quizá sólo eran
almas rotas…). Aquel escenario era demasiado tétrico, tanto que,
en la siguiente parada decidió bajarse y coger el metro. Se le hacía
tarde, pero cualquier cosa antes que volver a aquel autobús.
Bajó
las escaleras del metro hasta llegar a los tornos, los pasó con la
esperanza de encontrarse un escenario mejor que el anterior. Se
quedó sorprendido por la rapidez en que llegó el metro a la
estación (antes, hasta la espera del ascensor le parecían décadas),
y entonces, llegó el momento de la verdad, llegó el momento de
descubrir si ahí abajo, ahí donde la luz natural era un mito, las
almas tenían otros ojos, otros cuerpos.
–Iluso
de él, lo que le queda por aprender, no sabe que la vida lo va a
domesticar, es un animal de costumbres recién llegado al Mundo.-
Busca
con la curiosidad de un niño de cinco años, con los ojos
hambrientos y el alma abierta (busca como se debe buscar). Pero
evidentemente no encuentra nada. Todo el vagón parece un tétrico
desfile de almas perdidas, sumidas en su caos más profundo. Aún le
espera un viaje largo (no sólo en metro), unas ocho paradas hasta su
destino. De pronto las puertas se abren y comienza a bajar gente,
quedan sitios vacíos y decide sentarse. (Siete paradas) Y
como si de una cuenta atrás se tratase, sus ojos comienzan a
pesarle y, decide acomodarse en su asiento, apoya la cabeza en el
cristal y desconecta los ojos. Sus oídos escuchan todo el sonido de
los alrededores, pero no parece importarle. Una parada más, de nuevo
las puertas se abren (seis paradas), pero esto no lo sabe, ha
desconectado por completo. Se sume en un sueño profundo, donde, por
alguna razón comienza a ver todas las relaciones que ha tenido,
todos los sitios en los que ha estado, todas las noches de fiesta con
sus mañanas de resaca… y de pronto, como si de una sacudida se
tratase, abre los ojos sobresaltado. Ha llegado a su destino, es como
si su subconsciente le hubiese avisado. Ni él mismo se explica cómo
es posible. Sale del vagón, camina despacio, como un animal aturdido
pensando en todo lo soñado y, por desgracia sumándose al desfile
organizado que atraviesa los pasillos de cabo a rabo.
Ya
en la calle, respira hondo y se promete entrar en el trabajo por la
puerta grande (que justo es la principal) con la cabeza bien alta.
Llega a su puesto de trabajo y entonces ¡¡¡BOOM!!! Una explosión
en su cabeza lo hace desplomarse en el suelo y, de nuevo el sueño le
abraza dejándolo en el Limbo.
Al
instante se despierta asustado, sin entender que es lo que ha
ocurrido. Se encuentra en un círculo blanco cuyos límites se
difuminan a medida que se aleja hacia, aquello que considera las
paredes de una sala. Está abrumado ante esa situación, cierra los
ojos y se dice a sí mismo: esto es un sueño, pellízcate fuerte y
despertarás.
Vuelve
a abrir los ojos y se ve tumbado en la cama de su habitación, en
Madrid. No entiende nada, tiene la impresión de haber
vivido ese momento antes. Va al baño para lavarse la cara y buscar
alguna respuesta frente al espejo.
-¿Qué
me está pasando? Esto no puede ser un sueño, noto el agua tan
real...
Una
voz le hace girar la cabeza, hay un cuerpo aguardándolo (como
si de una presa se tratase) en la cama.
+Bueno
qué, piensas volver aquí o me marcho.
-Eh,
eh, eh, sí, sí voy. (Dijo finalmente comiéndose las
dudas).
-Al
fin y al cabo era un animal, y como tal, por sus venas corría el
hambre por otros cuerpos, el instinto de supervivencia estaba ligado
guiarse por impulsos locos... Pueden hacerse una idea de lo que pasó
en aquella habitación, incluso yo sé que pasó, pero porque me lo
contaron.-
Sin
previo aviso se encuentra en otro sitio completamente distinto.
Estaban
(sí, un cuerpo y él) en una azotea de un barrio céntrico,
abrazados contemplando las farolas temblar y el bullicio de la gente
andando por la calle. Hacía frío, un frío que ni las estrellas
salían para dar la bienvenida. Estuvieron de pie un buen rato hasta
que sus piernas aguantaron, ambos respiraban profundamente el aire
frío que se les metía hasta los huesos. Pasaron un par de horas
hasta que el frío se hizo insoportable y se vieron obligados a bajar
de la azotea e ir a calentarse y poder charlar tranquilamente.
Anduvieron durante media hora hasta encontrar un local, abrieron la
puerta con sumo cuidado, parecía que se iba a caer en cualquier
momento. Entraron y aunque desde fuera parecía un feo
bar destartalado y comido por el tiempo, al entrar, se dieron
cuenta de que no era así. Dentro había 15 mesas, de las cuales
5 estaban ocupadas. El ambiente era estupendo, la gente reía y
charlaba. Parecía que estaban en el salón de sus casas. Se sentaron
en una mesa de un rincón donde la luz era tenue y de un color
anaranjado que resultaba muy acogedor. Tomaron asiento y pidieron una
ronda. Hablando con los ojos, comiéndose con los ojos, pasaron la
noche junto con alguna caricia, alguna carcajada, alguna patada por
debajo de la mesa, serios interminables, miradas que se iban de los
ojos a los labios incapaces de frenar el deseo de besarlos. Aquella
noche, el resto de cuerpos presentes en aquel local tuvieron que
llamarles la atención por envidia.
-Se
seguía preguntando si todo aquello sería un sueño, pero con
cada trago, las dudas se iban disipando.-
Volvió a despertar, esta
vez, empapado y en mitad de la calle.
Llovía como si el cielo se
fuese a caer, como si hubiese una gotera en el techo del mundo,
parecía que se iba a romper en cualquier momento y que todo iba a
quedar anegado. Nadie por las calles, solo charcos y más charcos,
seguidos de asfalto y una imagen que se reflejaba en ellos. Parecía
una silueta de algo cubierto por una capucha, parecía una persona,
pero su cara no se vislumbraba en el agua. No se oía nada en
absoluto, se cernía un silencio desolador que hacía pensar. Se
sucedieron una serie de charcos y más charcos, después cristales
iluminados por farolas, que al mirarlas parecían tener cortinas por
la incesante lluvia. Las gotas de agua calaban hasta los huesos.
Jugaban con ellos, los recorrían de arriba a abajo y de dentro a
fuera. De pronto las piernas comenzaron a moverse solas y a correr
como si no hubiese un mañana, pisaban y pisaban más charcos,
trataban de huir de la cabeza -ilusas-. Daban zancadas hasta que se
vieron obligadas a parar, la cabeza las había alcanzado, las
obligaba a detenerse convenciéndolas de lo irracional de todo
aquello. El corazón, para variar, comenzó a latir a un ritmo
frenético, quería salir de aquel cuerpo y escapar de las órdenes
de la cabeza. Latía y latía, pero sin éxito. Sin previo aviso, la
boca se dispuso a gritar tratando de evitar cualquier censura. Gritó
y gritó, llegó un momento en el que hasta la lluvia cesó para
dejar espacio a aquel grito. Fue un grito de
deseo y de rabia, un grito desesperado por destruir todo lo que en la
cabeza se encontraba, un grito que pretendía acabar con todo
pensamiento. Alcanzó la plenitud máxima, consiguió parar incluso
los elementos para ser él mismo.
-Creyó haber alcanzado el
climax, creyó haber superado todo aquello, todos esos recuerdos,
momentos, placeres… pero nuevamente no sabía nada.-
Y
de nuevo, despertó (por quinta o sexta vez) pero en la cama de un
hospital. Miles de pitidos constantes y estridentes, le taladraban
los tímpanos. Esta vez estaba en el mundo real, ni en el pasado ni
en el futuro, se encontraba en el presente. Intuía que serían las
12:00 de la mañana por la luz que entraba por las rendijas de las
cortinas. Dos horas más tarde le dieron el alta, traumatismo
craneoencefálico leve.
-
Le recomendamos reposo absoluto y una pastilla cada 12 horas. Y no
olvide que en dos semanas revisión.
Con
un aparatoso vendaje rodeándole la cabeza, se dispuso a salir del
hospital. De camino a la salida, recordó el espantoso escenario que
había vivido el otro día con el transporte público, así que
decidió ir a pie. Llegó a casa y, al buscar sus llaves recordó que
estaban al otro lado de la puerta. Llamó a su vecina de enfrente y
le pidió usar el teléfono. Esta, era un alma encerrada en un cuerpo
de una belleza inmensa. No se sabe ni cómo ni por qué, pero
acabaron charlando (ambos se sentían cómodos con un café entre las
manos al mismo tiempo que soltando palabras por los labios).
Entre
unas cosas y otras, se vaciaron y se llenaron a la vez. Borraron todo
el pasado que tenían clavado, incluso nuestro querido animal de
costumbres, se permitió el lujo de cortejar aquel cuerpo que posaba
en el asiento de enfrente.
-¿Crees
que escribir sobre ese algo que te abruma puede ayudarte a
afrontarlo?
-le
preguntó nuestro animal de costumbres a aquel cuerpo de mirada
inocente, desconociendo la reveladora respuesta que se le venía
encima.-
+
¿Sabes? Creo que eres la primera persona que me lo pregunta y verás,
a veces lo dudo, pero sólo un instante, ese justo momento antes de
ponerme a escribir, teclear lentamente cada letra, medito durante
milésimas de segundo si realmente tiene algún sentido todo esto.
Entonces, releo otros escritos y veo que, quizá al momento de ser
escritos, no sirvieron de nada en absoluto, pero al verlos ahora,
ahí, fuertes, resistentes al paso del tiempo, a dolores, a quejas,
firmes en sus promesas de cambio, estáticos mirándome cara a cara,
escupiéndome verdades, que quizá por aquel entonces no se
revelaron, pero que ahora se dejan ver con total claridad. Y si,
evidentemente duele ver que hubo tantas ganas de escribir en un
momento dado, pero que ahora ya no. Antes buscaba refugio en pequeñas
letras Calibri(cuerpo) 13, por aquello de que si la mala suerte se
apoderaba de ese número, yo la afrontaría y esquivaría con miles
de palabras, consiguiendo doblegarla e incluso transformarla en todo
lo contrario. Haría como hizo el amor conmigo, le concedí el poder
de destrozar mi reino al que llamé cuerpo. Consiguió doblegarme
durante un tiempo, consiguió que temiese todo cuerpo nuevo, toda
caricia repentina, pausada, consiguió incluso que mi cabeza odiase
al corazón por el mero hecho de latir a destiempo, sin seguir el
ritmo marcado y establecido. Lo llevaron a juicio y le encarcelaron
junto a presos con cargos de culpabilidad, asesinato en defensa
propia, y una ingente cantidad de reclusos. Allí, latiendo solo, en
una esquina de su celda número "13" en el pabellón Cuerpo
estuvo un par de años. Me llegué a sentir como un ladrillo rodeado
de otros tantos, buscaba libertad, buscaba movimiento, aire, buscaba
poder notar de nuevo el Sol en la cara. Llegué a este punto en el
que me creía ladrillo, que creo fue por culpa de darme tantos golpes
contra la pared y encontrar el mismo ladrillo mirándome a los ojos,
fijamente, impasible. Me identifiqué con él, hartos los dos de
recibir golpes de frente.
Acabamos
por derribar el muro y así salvarnos los dos. Nos liberamos de tanto
atadura y restricción, conseguimos notar el Sol de nuevo. Pero esto
no duró demasiado tiempo, somos gente de costumbres(al igual que tú
¿no?) y él quiso encontrar de nuevo su lugar, busco una pequeña
obra, donde estaban construyendo una pequeña pared, y allí se
quedó, al igual que yo, enclaustrado en un nuevo muro. El suyo con
forma rectangular y un cabello color rojizo, y el mío con una forma
indeterminada y cabello inconcluso.
Y
vuelta a empezar.
Por
si no te habías dado cuenta me gusta escribir.
-Guau,
estoy sin palabras, -le acababan de lanzar una granada a lo más
profundo de sí-
+Perdona
que te haya soltado la charla, pero necesitaba contárselo a alguien.
Últimamente me siento muy sola, ni escribir me salva de mis tóxicos
pensamientos.
¿En
serio le estaba pasando esto? Se preguntaba sin parar. Su vecina,
alguien aparentemente esplendido, radiante, feliz… y tan vacío por
dentro. No se lo pensó dos veces (a decir verdad no lo pensó ni
una) se lanzó a abrazarla y, aunque parezca increíble, sus cuerpos
se fundieron. Forjaron algo más que una aleación de cuerpos
pesados, se completaron.
De
un tiempo a esta parte (sólo dos días) había cambiado por
completo, y sin ser en absoluto consciente. (Qué irracional todo,
pensó.)
A
los pocos minutos de estar abrazados, escuchó como llamaban a su
puerta y salió de la casa en donde estaba. Era el cerrajero al que
había telefoneado, trajeado con su gorra descolorida, su camisa
llena de grasa de las bisagras y con un olor a cigarro rápido antes
de entrar.
No
tardó más de 15 minutos, así que pudo entrar, coger sus llaves y
volver en busca del cuerpo que le aguardaba al otro lado de la puerta
de enfrente. Aporreó la puerta con impaciencia al ver que no había
respuesta. ¿Habrá salido sin darme cuenta?, no puede ser, ¿lo
habré soñado? pensó para sus adentros.
-Una
estocada más para nuestro animal de costumbres-
Acababa
de vivir un momento muy extraño, como todos los sucedidos esos días.
El resto del día lo pasó sentado en su sillón, amansado a base de
golpes, desconcierto y recuerdos.
Buscó
refugio en el libro de poemas que lo había llevado por aquel camino
de la amargura. Tenía marcada la página por la que iba con un
pequeño papel doblado, lo desdobló con el fin de recordar que había
escrito en él:
INTROSPECCIÓN
Del lat. tardío introspectio,
-ōnis, y
esteder. del lat. introspicĕre 'mirar
adentro'.
f. Mirada interior que se dirige a
los propios actos o estados de ánimo.
Y
entonces despertó (esta vez de manera definitiva), se había quedado
traspuesto con la cabeza en ángulo de 90° sobre el respaldo del
sillón, con la baba descendiendo cual escalador intrépido, por la
comisura del lado derecho.
-Había
sufrido eso que algunos llaman “quedarse traspuesto” y otros
“introspección”, pero lo importante es que ha aprendido una
lección:
cambiar ese maldito sillón.-